Hola, muy buenas. Me llamo Lisa Khomenko. Soy ucraniana; exactamente de una provincia de Kiev, muy cerquita de Kiev, que se llama Irpin. Tengo 22 años y tengo una hija de dos añitos.
Y, bueno, yo me escapé, me escapé de mi ciudad […]. Justamente por la ciudad de Hostómel, llegando a Irpin, han empezado a invadir los rusos. Yo me esperé dos, tres días, […] escuchaba las bombas, con mi marido, con mi familia. Era una situación bastante complicada, bastante miedosa. Nos decían que apagáramos las luces en casa, que no saliéramos a la calle… Y llegó un momento en que me tuve que marchar con mi nena. En dos coches salimos, con mi familia, a la frontera, a Lviv exactamente, a Leópolis. Y, bueno, la situación allí se puso… Mi madre se quedó allí, y fue una situación bastante complicada. Mi madre me contaba que era de las últimas que salía de Irpin. Y que, en la tienda frente a su casa, donde siempre compraba cosas, alimentos, justamente el último día, al salir, ella entró […] y ya la tenían bombardeada […] los rusos mismos abrieron esa tienda porque querían comer, me imagino. […] Mi madre, como es tan… es una mujer que, bueno, tiene fuerza de voluntad y que no tiene miedo a nada, se acercó a preguntar, se acercó a preguntarles directamente: «¿Qué hacéis aquí? ¿No tenéis miedo de morir? ¿No veis que gente, niños están muriendo?». Y dijeron que «el gobierno»; dijeron así: «El gobierno, es el gobierno».
Además, cuando salía, o escapa, ella sola, corriendo, porque ella era de las últimas personas que salía de ese pueblo, [había] coches destrozados, casas destrozadas. Por la calle había personas muertas que no recogía nadie; ni una ambulancia venía a recoger a esa gente. Ahí se quedaron, en la calle, las pobres gentes. Y también muchos animales se quedaron abandonados… Y, así, era una situación bastante fea.
Mi madre ahora mismo está en Karpaten, Zakarpaskaja Oblast, una provincia un poquito lejana de aquí. Es en Ucrania mismo. Pero ahí la situación, por ahora, está calmada. Esperemos que siga así. Está con mis hermanos, que no pueden salir. Los hombres no pueden salir del país. Mis hermanos se quedaron ahí con su familia.
En la tienda, cuando entró mi madre a hablar con los rusos, imagínate que, aparte de que habían cogido una poca [de] comida, estaban tomando vinito; así tranquilos, como si nada. Y, bueno, menos mal que no le dispararon ni nada. Gracias a Dios. Dice mi madre que [eran] muchachos jóvenes, tranquilos. […] a cada uno le preguntó: «¿Y tú de dónde eres? ¿Tienes tú familia? ¿Tienes hijos?». «Sí, sí…». Todos tienen; la mayoría todo eran de Bélgorod, o algo así, una población de Rusia. Y los mandaron aquí… Y, claro, ahí en Rusia no hay información ninguna de lo que pasa aquí. Ellos son mandados, supuestamente, para salvarnos.
Aquí sabemos perfectamente que, a los soldados rusos, el gobierno de Rusia les da comida caducada, ¿sabes? Comida del año 2015, y estamos en el año 2022; o sea, ten cuidado. Y aquí los rusos, cuando llegaron, destrozaron la mayoría de las tiendas para comer algo bueno, porque no les daban comida buena. Inclusive, los equipamientos con los que vienen los soldados son un desastre: los chalecos rotos… Todo vencido, todo caducado.
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Mi madre ahora mismo está con mis hermanos, con sus hijos. Mi hermano mayor tiene 33 años, el otro tiene 28, y el otro tiene 24 años. Y, bueno, ellos como son ucranianos no pueden salir del país. No les dejan salir del país. En las fronteras a la mayoría de los hombres les dicen que no pueden pasar, que hay que defender el país: «¿A dónde te vas? Hay que defender el país». Entonces, no les dejan pasar. Así son las cosas en Ucrania.
Hay muchísima gente que se quiere ir, pero, lamentablemente, los hombres no pueden salir. Y además muchísimas mujeres, aunque pudieran haber salido, no quieren dejar a sus esposos. Eso no lo entiendo yo tampoco, porque también mis hermanos tienen hijos pequeños, y uno nunca sabe. Ahí donde están, por ahora, está tranquilo; pero uno nunca sabe si [los rusos] van a llegar ahí.
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«No os preocupéis, no os preocupéis que solo es para desestabilizar la economía de Ucrania, que todo va a estar bien; no va a haber ninguna guerra». El presidente [Volodímir Zelensky] también nos dijo: «Tranquilos que no va a haber ningún toque de queda; ni siquiera va a haber ninguna guerra…». Y, acto seguido, una mañana nos despertaron, por llamadas, los familiares diciendo: «Levántate, coge todo lo que tengas, los más esencial, e iros de aquí». Porque ya se estaban acercando los rusos. Y, bueno, de hecho, el pueblo [ahora] está repleto de rusos, repleto; o sea, todos los tanques rusos están ahí y los rusos se pasean como en su propia casa: destruyendo, entrando en las casas…
He escuchado una situación muy triste. En Hostómel, y en otra población que se llama Járkov, han desaparecido muchas mujeres, inclusive niñas pequeñas. Y lamentablemente he escuchado una información muy muy triste, y muy vergonzosa: que a esas mujeres las estuvieron violando durante dos días, y después las ahorcaron. Y ahora nadie sabe dónde están. Y, bueno, es una situación muy triste, muy triste, en verdad.
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Chechenos… También mandan a Ucrania soldados que se llaman «kadirovtsi», que son chechenos: esos son los verdaderos animales. Los rusos no hacen ese tipo de barbaridades; […] bueno, si cae una bomba en una casa, ellos ni se enteran, y, bueno, muere mucha gente. Pero no tienen esas intenciones. Los chechenos son unos animales: fuman drogas y salen por la calle a dispararle a la gente, así, sin más, y cogen a mujeres y las violan, y las matan… Esos son los verdaderos animales. Realmente hay que pararlos como sea, porque eso ya no tiene ni pies ni cabeza. Es un desastre total.
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Yo estaba chateando con mi… Bueno, tengo una familia en España que me cuidaba, exactamente de la organización que se llama Juntos por la vida, y ellos empezaron a ayudar a salir [por] las fronteras a gente de Ucrania que ya estaban relacionados de alguna u otra forma con España […]. Primero las personas tenían que llegar a la frontera Ucrania-Polonia, que es Lviv […], y de ahí cogíamos un bus para llegar hasta aquí; […] esta noche a la una de la madrugada salimos otra vez [en] otro bus con dirección Cracovia. De ahí hay gente que directamente coge un bus y se va a España. Dos o tres días son de viaje, desde aquí. Y, bueno, yo con mi nena y otra gente más [nos vamos] a ir en avión. Voy a estar exactamente en Valencia, con la asociación Juntos por la vida.
[…] Bueno, tengo mi familia ahí de toda la vida. Desde los cuatro años me cuidan; iba y venía a España. Y me invitaron a mí y a mi hija para cuidarnos ahí. Pero yo de todas formas… Aunque me digan que voy a estar como si fuera de vacaciones, yo no quiero ir de vacaciones, yo quiero buscar un trabajo. Tengo bastante experiencia en lo que son las ventas y, bueno, me gustaría dedicarme a algo en España. En ventas, por ejemplo, que yo sé que se puede ganar un buen dinero. A ver lo que se me presenta por ahí para buscar un trabajo bueno. Ese es mi plan. Y de momento trabajar ahí hasta que se acabe todo esto de Ucrania. Y, claro, yo pienso volver cuando se arregle todo, cuando arreglen todas las ciudades y esté todo seguro, todo tranquilo, pienso volver. Sin duda alguna, pienso volver.
Mi esposo está en Leópolis, está trabajando. Es de Ecuador, de hecho. Como es extranjero no tiene ningún problema para salir, pero se quedó por trabajar y para [ir] luego a España con un poquito más de dinero, para que no le den todo ahí en España… O sea, él no quiere eso. Él quiere, con sus propias cositas, con su propio dinero, venir y cuidarnos también. Esa es la idea.
Él pudo haber venido, pero él quiere, pues, de esa forma, que no le solucionen la vida en España. Él quiere, con sus propios medios, venir… Y luego, ya allí, pues encontrar un trabajo diferente o lo que sea… Pues, así.
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Estamos aquí en Polonia, en un centro comercial, donde hay muchísimos refugiados que vienen a esperar sus buses para irse a donde les toque, o a donde los mandan. Hay tumbonas… Bueno, no nos podemos quejar porque son bastante cómodas, y hay abrigos, que dan gratis. La mayoría de la ropa casi ni está usada; hay ropa que está con etiquetas. Yo para mi niña también he cogido una cosita que iba con etiqueta… Y superabrigadito. Hay también almohadas, cobijas abrigadas para pasar la noche aquí.
El día a día… Yo con mi hija me levanto a las nueve. Vamos a comer algo calentito, desayunamos: aquí dan comida calentita. Si quieres un sándwich pues un sándwich, si quieres un cacao o un café te lo hacen sin ningún problema. También hay muchísimos voluntarios que se acercan, que son psicólogos también, y se acercan a preguntar cómo […] se siente uno y qué es lo que necesita. Por ejemplo, a mi niña se le cayó un cacao en la pierna, calentito, y yo no tenía ningún jean para cambiarla, ni nada, y justamente se me acercó esa señorita, voluntaria, y me preguntó: «Qué es lo que necesita», y yo le dije: «Bueno, necesito unos pantalones y unas mallas, si es posible». Y enseguida me los trajo. Aparte de eso me trajo bolígrafos para que dibuje la niña, juguetitos… Todo nuevo, sin abrir, totalmente nuevo. Y ahí está, mi niña, dibujando súper feliz: los ánimos los tiene mejor que yo.
Estamos muy bien aquí. No nos podemos quejar, la verdad. Gracias a la gente polaca y a muchos voluntarios que vienen de varios países: Cuba, Francia, España… Estamos muy agradecidos, la verdad.
* Testimonio obtenido en marzo de 2022 en el campo de refugiados de Przemyśl, sureste de Polonia, cerca de la frontera con Ucrania.